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Te despiertas en el aeropuerto de Dulles.
El seguro de vida te paga el triple si falleces en un viaje de trabajo. Rezaba para que hubiera turbulencias y viento de cola. Rezaba para que algún pelícano fuera succionado por las turbinas o para que el fuselaje tuviese algún perno suelto o se condensara hielo en las alas. Al despegar, mientras el avión recorría la pista y los alerones se levantaban, nuestros asientos se mantenían en posición vertical y las bandejas sujetas y el equipaje de mano metido en el compartimiento superior; cuando ya habíamos apagado los cigarrillos y llegábamos al final de la pista de despegue, rezaba para que nos estrellásemos.
Te despiertas en el aeropuerto de Love Field.
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Te despiertas en el aeropuerto de SeaTac.
Estudio a las personas que aparecen en las instrucciones de emergencia plastificadas que hay en el asiento. Una mujer flota en el océano; su cabello castaño se esparce hacia atrás y mantiene el cojín apretado contra el pecho. Tiene los ojos completamente abiertos, pero no sonríe ni frunce el ceño. En otra viñeta, los pasajeros, tranquilos como vacas sagradas, se estiran para coger las máscaras de oxígeno que cuelgan del techo impulsadas por un resorte.
Debe de tratarse de una emergencia.
¡Oh!
Hemos perdido presión en la cabina.
¡Oh!
Te despiertas en el aeropuerto de Willow Run.
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Te despiertas en el aeropuerto JFK.
Al aterrizar, soy un neumático que se deforma y se hincha cuando una rueda choca con un golpe sordo contra la pista de aterrizaje y el avión se inclina hacia un lado y se debate por un instante entre enderezarse o volcar. Durante ese instante nada importa. Mira a las estrellas y habrás desaparecido. Nada importa. Ni tu equipaje ni tu mal aliento. Por las ventanillas se ve la oscuridad del exterior y se oye detrás el rugido de las turbinas. Si la cabina se inclina y adopta un ángulo impropio con las turbinas en marcha, nunca más tendrás que presentar otra demanda de indemnización. Necesitas un recibo para reclamar objetos cuyo valor supere los veinticinco dólares. Nunca más tendrás que cortarte el pelo.
[Chuck Palahniuk]
1 comentario:
Una vez leí por ahí que leer a Chuck Palahniuk es como meterse en una trifulca. Te puedo afirmar que es tal cual (y además agregaría una trifulca de intelectuales en ácido peleando en un auto a 300 km/h cargado de explosivos).
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